Las dos vasijas

 

Había una vez un aguador que vivía en la India. Su trabajo consistía en recoger agua para después venderla y ganar unas monedas. No tenía burro de carga, así que la única manera que tenía para transportarla era en dos vasijas colocadas una a cada extremo de un largo palo que colocaba sobre sus hombros. 

El hombre caminaba largos trayectos cargando las vasijas, primero llenas y vacías a la vuelta. Una de ellas era muy antigua y tenía varias grietas por las que se escapaba el agua. En cambio la otra estaba en perfecto estado y guardaba bien el agua, que llegaba intacta e incluso muy fresca a su destino.

La vasija que no tenía grietas se sentía maravillosamente. Había sido fabricada para realizar la función de transportar agua y cumplía su cometido sin problemas.

– ¡El aguador tiene que estar muy orgulloso de mí! – presumía ante su compañera.

En cambio, la vasija agrietada se sentía fatal. Se veía a sí misma defectuosa y torpe porque iba derramando lo que había en su interior. Un día, cuando tocaba regresar a casa, le dijo al hombre unas sinceras palabras.

– Lo siento muchísimo… Es vergonzoso para mí no poder cumplir mi obligación como es debido. Con cada movimiento se escapa el líquido que llevo dentro porque soy imperfecta. Cuando – llegamos al mercado, la mitad de mi agua ha desaparecido por el camino.

El aguador, que era bueno y sensible, miró con cariño a la apenada  vasija y le habló serenamente.

– ¿Te has fijado en las flores que hay por la senda que recorremos cada día?

– No, señor… Lo cierto es que no.

– Pues ahora las verás ¡Son increíblemente hermosas!

Emprendieron la vuelta al hogar y la vasija, bajando la mirada, vio cómo  los pétalos de cientos de flores de todos los colores se abrían a su paso.

– ¡Ahí las tienes! Son una preciosidad ¿verdad? Quiero que sepas que esas hermosas flores están ahí gracias a ti.

– ¿A mí, señor?…

La vasija le miró con incredulidad. No entendía nada y sólo sentía pena por su dueño y por ella misma.

– Sí… ¡Fíjate bien! Las flores sólo están a tu lado del camino. Siempre he sabido que no eras perfecta y que el agua se escurría por tus grietas, así que planté semillas por debajo de donde tú pasabas cada día para que las fueras regando durante el trayecto. Aunque no te hayas dado cuenta, todo este tiempo has hecho un trabajo maravilloso y has conseguido crear mucha belleza a tu alrededor.

La vasija se sintió muy bien contemplando lo florido y lleno de color que estaba todo bajo sus pies ¡Y lo había conseguido ella solita!

Comprendió lo que el aguador quería transmitirle: todos en esta vida tenemos capacidades para hacer cosas maravillosas aunque no seamos perfectos. En realidad, nadie lo es. Hay que pensar que, incluso de nuestros defectos, podemos sacar cosas buenas para nosotros mismos y para el bien de los demás.

Una amistad de verano

Marcos y Diana son dos niños de  unos 10 años, Marcos vive en Madrid y sus padres han decidido que vaya a un campamento para que haga nuevos amigos, aunque el niño no parece muy convencido con esa idea.

Por otro lado, Diana vive en Galicia y es una niña extrovertida que siempre está dispuesta a vivir nuevas aventuras. Este año ha sido ella quien ha convencido a sus padres para que la lleven a un campamento nuevo que han abierto en Alicante. Sus amigos le han hablado de todas las actividades que tienen y que, al menos en un par de ocasiones, les llevaran a la playa a pasar el día, algo que a ella le encanta.

Tirolinas, paseos en barca, juegos e historias al calor de una hoguera le esperan y Diana está impaciente por probarlo todo.

Llega el día en que los niños emprenden su viaje al campamento y a su llegada, ambos se encuentran a la bajada del autobús. Se despiden de sus padres hasta dentro de quince días, que son los que dura su estancia allí y Diana no puede dejar de ver que el niño con el que se acaba de encontrar no está muy alegre por haber llegado.

Una vez que se van los padres, la niña decide ir a hablar con él e intentar ayudarle a hacer su estancia más agradable.

-Hola, soy Diana. ¿Por qué estas tan triste?- le pregunta con curiosidad. – ¿No te gustan los campamentos?

– No lo sé, es la primera vez que vengo a uno y no conozco a nadie. – contesta Marcos tímidamente.

– Pero… tendrás un nombre, ¿no? – le pregunta con una sonrisa.

– Si, perdona. Mi nombre es Marcos y ya empiezo a echar de menos a mis padres. ¿Tú no?

– Claro que sí, pero también quiero divertirme y hacer nuevos amigos.- le contesta la niña muy segura – dale una oportunidad y verás cómo te acaba gustando.

Marcos acaba haciéndole caso a Diana y, poco a poco, empieza a relacionarse con otros niños del campamento, al mismo tiempo que  su amistad con Diana se va haciendo más fuerte.

Marcos admira lo extrovertida que es su nueva amiga, que en cuestión de horas ya se ha hecho su grupo de nuevas amigas, algo que a él le ha costado algún día más.

A pesar de que por las noches duermen en cabañas separadas, siempre encuentran un ratito para jugar juntos o sentarse el uno al lado del otro en las noches que cuentan historias junto al fuego.

Incluso en las visitas que hacen a la playa, aprovechan  para jugar juntos en la arena, haciendo castillos o enterrándose las piernas para ver quien consigue sacarlas antes.

Los días pasan volando y, casi sin darse cuenta, llega el día en que ambos amigos tienen que volver a casa. Poco queda del niño tímido que llegó sin ganas al campamento y ahora Marcos disfruta de todo cuanto le proponen los monitores.

Gracias a su amiga Diana, ha aprendido a disfrutar de las cosas nuevas que puede encontrar en un lugar lejos de casa. Pero la despedida se acerca y hay muchos kilómetros que les separan.

-¿Cómo haremos para vernos de nuevo?- pregunta Marcos con tristeza.

– Aunque vivamos lejos, podemos escribirnos. – le contesta Diana intentando disimular que ella también está un poco apenada. – Además, también podemos hablarnos por teléfono

– Si, pero… no podremos jugar juntos. – insiste Marcos.

– Podemos hablar con nuestros padres y que nos traigan aquí todos los años.

– ¡Eso sería una gran idea! – exclama Marcos con una gran sonrisa.

– Y en vacaciones, podemos convencerles para pasar, al menos una semana juntos. Un año en Madrid y otro en Galicia. – sigue Diana entusiasmada.

Mucho más alegres con todo lo que se les ha ocurrido para proseguir su amistad en la distancia, los dos amigos se disponen a recoger su pequeño equipaje y a recibir a sus padres que están a punto de llegar.

En el momento en que se encuentran, Marcos corre hacia sus padres y mirando atrás, le guiña un ojo a Diana que le está contando a los suyos los planes que han trazado los dos amigos para verse de nuevo.

– ¡Mama, papá! Quiero volver aquí otra vez. – les dice Marcos abrazándoles.

– ¿Y ese cambio de opinión? – Le pregunta su padre sorprendido.

– Tengo una nueva amiga, se llama Diana y me ha enseñado un montón de cosas. – les explica el niño entusiasmado.

 

Marcos les cuenta todo lo que han hecho en el campamento, lo triste que estaba al principio, todo lo que les ha echado de menos y como cambió todo al conocer a su nueva amiga, mientras que Diana y sus padres se acercan al lugar donde se encuentra Marcos con sus padres.

Los padres de ambos se presentan y descubren con sorpresa que ellos mismos, cuando eran niños se habían conocido en las mismas circunstancias que sus hijos y que los años y la distancia les había separado… hasta ahora.

En ese momento, los que quedan totalmente sorprendidos son Marcos y Diana que no entienden como, desde el instante en que se han visto, se podían alegrar tanto y ver como se abrazan como si se conocieran toda la vida,  hasta que los padres de ambos le explican la situación y les prometen que a ellos no les pasará lo mismo y que harán todo lo posible porque los niños sigan siendo amigos, aunque uno viva en Madrid y otro en Galicia.

Los dos niños, felices por la promesa de sus padres, se abrazan y juran que pase el tiempo que pase y de la forma que sea, seguirán siempre en contacto.

 Ni ellos, ni sus padres quieren que su amistad sea solo una amistad de verano.